Ergo sum lux mundi (J. 8,12). Esta máxima, atribuida
a Cristo en los evangelios, fue reinterpretada por los
constructores medievales a partir del románico y
sobre todo, en el gótico y en el barroco, para dar lugar
a un sorprendente e inédito- uso simbólico de la luz
solar (y en algunos casos lunar) en algunos edificios
sagrados de nuestra comunidad, aunque debe de ser
una constante a lo largo de toda Europa.