Durante siglos el descenso de las navatas por los ríos pirenaicos ha se-
ñalado la llegada de la primavera. Las abundantes lluvias estacionales y el
deshielo provocado por los primeros calores garantizaban el incremento
de caudal necesario para que aquellas singulares embarcaciones formadas
por troncos talados pudieran navegar por el Aragón, el Gállego y el Cinca
camino del Ebro en busca de atender la demanda de madera de las ciuda-
des ribereñas como Zaragoza hasta llegar a Tortosa, gran centro del negocio
maderero.
A mediados del siglo XX la proliferación de las obras de regulación hidro-
lógica y, sobre todo, el desarrollo del transporte por carretera en nuestras
comarcas de montaña pusieron punto final a las navatas. Sin embargo, la
voluntad de las nuevas generaciones ha querido recuperar la experiencia. Ya
no es una actividad económica, ya no es la expresión de una sociedad que
ya no existe, por supuesto, pero tampoco es una fiesta sin más.